Alguna vez me han preguntado ¿por qué psicólogo? La realidad es que fue completamente inesperado para mí la elección de esta profesión.

Mis primeros pasos en el mundo de la psicología los fui dando por casualidad, casi sin darme cuenta de la importante decisión que estaba tomando. A diferencia de algunos colegas amigos, yo no provengo de una familia de tradición en la psicología, todo lo contrario. Mi padre es administrador de empresas y siempre se ha volcado a una mirada empresarial del mundo y mi madre es docente y ama de casa. Crecí en un ambiente en donde la palabra psicología no existía, ni sabía que era eso. Así que al finalizar mi educación media decidí avanzar en estudiar algo de lo que estaba familiarizado, comercio internacional. En una clase de matemáticas, recuerdo haber sufrido un ataque de ansiedad por no estar entendiendo absolutamente nada, y tuve la necesidad de salir de esa clase. Estaba seguro de que eso no era lo mío. Pero a veces uno se pregunta ¿qué es lo mío? Entonces decidí, por primera vez en mi vida, comenzar un proceso psicoterapéutico con el fin de encontrar una respuesta a mi vocación. De esta manera, a medida que fueron pasando las sesiones, fui interesándose no tanto en aquello que decía la analista, sino en eso que ella hacía. Esa combinación maravillosa, que es la psicoterapia, de ciencia y arte, que tiene como objetivo aliviar el padecimiento humano.

Después de leer mucho y combatir los clásicos y arraigados mandatos familiares, empecé a estudiar la carrera de psicología. Fueron cuatro años fascinantes, se me pasaron volando. Allí tuve esa sensación de sentirme en el lugar adecuado.

De allí entonces continué este viaje de aprendizaje, conocimiento y autoexploración.

Hoy en día, luego de varios años ejerciendo la profesión, reafirmo que encontré el camino correcto para mí y tuve la fortuna de nutrirme con grandes colegas en diferentes lugares del mundo, pero por sobre todo conocí y seguiré conociendo grandes personas.